miércoles, 5 de noviembre de 2008

jueves, 30 de octubre de 2008

Cris




Accent Diacrític

En fi, per començar, està bé començar pel començament. En principi, l’ inici és un bon punt de partida, i val més així, al final, que no pas començar la casa per la teulada, pensant ja en un argument circular, o en un final rodó. Cada cosa al seu temps ja que, a priori, davant una tabula rasa, val més prioritzar. Redundàncies apart. L’art per l’art. No hi ha volta de fulla, mercantilistes i materialistes, aneu amb compte corrent, o ensopegareu amb la mateixa pedra, després d’amagar la mà.


Principi

Per on començar
a trobar
el camí
a recórrer
el destí
a composar
un matí
el bon dia
i bona hora
de saber-te perduda
és a dir, trobada
entre els meus braços
amb tota escapatòria
oberta per saber-te
perduda que perdura
l’amor… vida.


Nus

Ni un geni
ni un mal geni
però si tres desitjos:
principi, nus…
nus a la gola, llaç…
del desenllaç,
l’ inici
viu i reviu
per vici
qui ha vist o descobert
que tot pot estar obert
entre dos cors
dos móns
retronen els segons
com qui sent ploure
quan no importa res
més que el bes, vés.





Nucli

Entre tantes possibilitats
o dues
si tot es tan senzill
com t´ ho compliques
i en que t’impliques
vida?
I com t´ ho expliques
tot?
Sense por a despullar
troballes trobaràs
entre - tallant
on calgui
ser, esdevenir i estar
més enllà de l’estafa
resol si el sol
es pon, compon
(composa) en prosa.


Desenllaç

Mòrbida resurrecció
de la carn
regenerant- se
l’anhel, l’alè
que ve sovint
amb el vent infinit
dit a dit
pam a pam
fet i fet
frec a frec
com ara mateix
vindria a ser
un tres, i no res
una eternitat
al teu costat
una sola onada
de plaer capgirant
el rellotge de sorra
de degoteig constant...

Ester

Punto y principio

Cae rendida en el sofá. Tiene la voz rota, un silbido ronco y apenas audible, como si alguien hubiera pasado horas trasteando en su garganta: una noche en vela, las cuerdas rasgueadas, con furia, indiscriminada, un adolescente, punki, debe de tener quince años– I wanna destroy the passerby, ¡oh yeah! -.
Oh, no. Está hecha un auténtico espantajo. Los ojos le arden en calma y la nariz parece entretenerse con un ruido como de sorber sopas. Pero lleva una semana de autoindulgencia y no le incomoda la idea de una segunda.

La casa, sin embargo, está impecable. Durante toda la mañana no ha parado de trajinar pasillo arriba–pasillo abajo, de habitación en habitación, cazando motas de polvo con la hiperactividad del trapo. Lo ha dispuesto todo de forma automática, ensimismada pero eficiente, en modo sonámbula hasta el estallido del cortocircuito. Un golpe de calor en el cableado interno y, de repente, ¡crac!, el chispazo, y la extraña presencia de un hipnotizador invisible despertándola con su prodigioso chasquido de dedos. ¡Tachán! Y entonces, incrédula, se mira las manos, se palpa el pecho y no tarda en descubrir que todo ha fallado, que nada está como debería estar. Su sistema de seguridad desplomado en el suelo, zumbando electrodos. Todo el artificio construido en los últimos días hecho pedazos, y sólo ha bastado abrir el armario y descolgar la ropa, doblarla y formularse la pregunta: basura o beneficencia. El robot se desactiva y algo en ella se quiebra, grita, llora, solloza y cabecea. Se recuerda a sí misma ejecutando –papeles de defunción, incineradora, ceremonia, pésames, mil verbalizaciones distintas de “la vida sigue”, ramos de flores, visitas cordiales, silencios incómodos, y una dedicación obsesiva a la limpieza-, y vuelve a quebrarse, y grita y llora y solloza y cabecea y… joder, cómo le echa de menos.

Ahora, en el sofá, es su garganta la que gimotea y el cerebro le lanza imágenes macabras de alambres de espino y laringes inflamadas. Pero ella las esquiva. Se siente extrañamente amansada, como si alguien la hubiera librado de un hechizo con una bofetada seca y precisa, y aún notara el dolor en la mejilla, vivo e intenso, tal y como ella se sentía ahora.

Febril pero lúcida, examina en detalle sus viejas zapatillas, y entonces el teléfono suena, tan impertinente como siempre, y piensa que hay cosas que nunca cambian.

- ¿Si?

- Hola, mamá. Verás… ¿por qué no vienes a comer hoy a casa? Puedo pasar a buscarte en… ¿una hora?. ¿Te va bien? Hoy estoy sola, Isabel y Laura comen en el trabajo y yo… bueno…, la verdad es que no me apetece estar en el piso sola. Me irá bien que vengas. Nos irá bien a las dos.

- Sí, supongo que sí, pero... bueno… - titubeos y toses - tengo que decidir qué hacer con la ropa de tu padre. La verdad es que es una pena tirarla.

- Lo entiendo, mamá, pero ¿qué tal si lo pensamos mientras devoramos unos macarrones con queso?

- Tu especialidad.

- Oui, mademoiselle. Nos vemos dentro de una hora. Te traeré también unas pastillas para la garganta. Son buenísimas y tú tienes la voz destrozada.


Cuando cuelga el teléfono, no puede evitar sonreír al esfuerzo de su hija y, con un gesto ágil y divertido, coge el bolígrafo y le dedica un garabato sobre el bloc de notas. “El principio de una viuda”, escribe, y luego frota con fuerza la punta del bolígrafo y tacha la u.



Ester Solana

Caja de Locuras

EL PRINCIPIO DE MI LOCURA

Las tres de la mañana y me alzo de la cama, no puedo dormir. El zumbido del ordenador no me calma e, irónicamente, me deprime saber que no hay horario laboral que me obligue a madrugar al día siguiente. Tecleo con insistencia montones de palabras que ni siquiera sé si tienen sentido, debería estar en brazos de Morfeo y río, que cursilada de frase. Paro en seco, ¿un ruido? El sueño… todo el mundo duerme y yo desvarío. Kilos y kilos, más bien pocos, pero míos, de mal cuerpo que se resiente por culpa de tonterías ajenas. Graciosa manera de expurgar malos rollos a estas horas y paro… ahora sí, el ruido me saca de mi asiento.

Me acerco a la puerta, golosos centímetros de apertura asoman mi nariz al exterior, que locura, todo está a oscuras. Una silueta pequeña se cruza en mis narices, es rápida y ágil y yo, cierro la puerta con un acojone considerable. ¿Qué hacer? dichoso aquel que duerme en habitación vecina, maldita marmota que no oye intrusiones nocturnas y no acude en mi ayuda. Jugarse la integridad física a una moneda parece demasiado estúpido, así que no la lanzo y directamente abro la puerta y salgo. Ya no está oscuro, pero tampoco iluminado, poca visibilidad pero suficiente para no creer que te persiguen brujas y cacos. Caminar por un lugar que no conoces dentro de tu piso, hace que una sensación extraña se adueñe de tu juicio pero… sigo, son las tres de la mañana y nada mejor me ofrece el momento.

A lo lejos está, pequeño ratoncillo escurridizo, corro tras ella y grito, pero ella ni se gira y me pregunto si mi tono quizá no era el adecuado. Puertas y puertas a los lados, pero solo me interesa esa presa de pequeño tamaño, que corre, y huye, y… ¿empiezo a divertirme? Tanto pensar burradas no me deja calcular distancias, ella frena en seco y yo me la como, el suelo no es cómodo cuando se cae de morros. Alzo la vista buscando a la extraña, se abre una puerta y me arrastran a una sala, acabo sentada:

- Tranquila muchacha, solo es un momento. - Yo afirmo atolondrada con cara de estúpida, mientras el gran hipopótamo blanco prepara la aguja, añado con un susurro:

- Odio las extracciones, quizá me maree.- Tanto hablar ni me he dado cuenta, la sangre en un potecito y el gigantesco animal me entrega un papel azul.

- Le llamamos este trimestre. - y me empuja afuera.

Miro la hoja, estoy en el pasillo, un estruendo y de nuevo entro a un lugar desconocido. Tras la siguiente puerta una cacatúa de plumas magenta:

- Niña el formulario, no tengo todo el día, ¿Qué te has pensado?

Entrego con cara de pava y balbuceo atragantada:

- Me operan este trimestre.

Y ella grita alocada:

- Nada de faltar, ¡Ni lo pienses!

Tras rellenar un par de hojas, patada en el culo y a otra cosa. El pasillo me revuelve el estómago, no sé hacia dónde andar y rendirme me parece un buen negocio. Una sonrisa en el aire habla e intenta enseñarme el camino, yo no le entiendo, pues solo maúlla

- Había visto muchas veces un gato sin sonrisa, pero nunca una sonrisa… - y callo, no quiero que algún primo extranjero de las SGAE venga a romper el encanto.

A lo lejos la pequeña se burla, como suben los críos. La miro, me recuerda a alguien que veo cada mañana, quizá mi propio reflejo mientras le limpio las legañas. Habla fuerte y segura desde la otra punta:

- Te estas volviendo loca, ¿qué piensas hacer ahora?

Miro a mí alrededor y busco soluciones, una caja a un lado sin notas ni direcciones. La cojo despacio pero decidida.

- Mira criaja, esto será fácil. Observa, no hables y aprende de tus mayores.

Miro mi alrededor, con dos dedos recojo lo que nos rodea como si ilustraciones en papel fueran: las puertas, el hipopótamo, la cacatúa y el pasillo; las doblo, las archivo y sonrío. Dentro de la caja estarán seguras, imagino que la precinto y ya está hecho, poner un cartel sería correcto. Letras grandes y negras decoran la caja “LOCURAS”, es rápido y se entiende, no queremos confusiones.

- ¿Quieres guardar todo eso? ¿Encerrarlo y no volver a verlo?

- No seas boba, todo esto es mío, volveré de vez en cuando y le echaré un vistazo.

- Dejarlo aquí es peligroso.

- Tú lo defenderás a cal y canto.

- ¿Cómo?

La cojo en brazos y la siento sobre el paquete.

- No dejes salir nada de esto sin mi permiso. Pequeña criatura, conviértete en el guardián de mi cordura.

FIN

Pero los fines no pueden ser a gusto de todos y la pobre infeliz, sentada en la caja, se pregunta:

- ¿Es esto pues el principio de mi explotación laboral?

Sandra Sas, Octubre del 2008