EL PRINCIPIO DE MI LOCURALas tres de la mañana y me alzo de la cama, no puedo dormir. El zumbido del ordenador no me calma e, irónicamente, me deprime saber que no hay horario laboral que me obligue a madrugar al día siguiente. Tecleo con insistencia montones de palabras que ni siquiera sé si tienen sentido, debería estar en brazos de Morfeo y río, que cursilada de frase. Paro en seco, ¿un ruido? El sueño… todo el mundo duerme y yo desvarío. Kilos y kilos, más bien pocos, pero míos, de mal cuerpo que se resiente por culpa de tonterías ajenas. Graciosa manera de expurgar malos rollos a estas horas y paro… ahora sí, el ruido me saca de mi asiento.
Me acerco a la puerta, golosos centímetros de apertura asoman mi nariz al exterior, que locura, todo está a oscuras. Una silueta pequeña se cruza en mis narices, es rápida y ágil y yo, cierro la puerta con un acojone considerable. ¿Qué hacer? dichoso aquel que duerme en habitación vecina, maldita marmota que no oye intrusiones nocturnas y no acude en mi ayuda. Jugarse la integridad física a una moneda parece demasiado estúpido, así que no la lanzo y directamente abro la puerta y salgo. Ya no está oscuro, pero tampoco iluminado, poca visibilidad pero suficiente para no creer que te persiguen brujas y cacos. Caminar por un lugar que no conoces dentro de tu piso, hace que una sensación extraña se adueñe de tu juicio pero… sigo, son las tres de la mañana y nada mejor me ofrece el momento.
A lo lejos está, pequeño ratoncillo escurridizo, corro tras ella y grito, pero ella ni se gira y me pregunto si mi tono quizá no era el adecuado. Puertas y puertas a los lados, pero solo me interesa esa presa de pequeño tamaño, que corre, y huye, y… ¿empiezo a divertirme? Tanto pensar burradas no me deja calcular distancias, ella frena en seco y yo me la como, el suelo no es cómodo cuando se cae de morros. Alzo la vista buscando a la extraña, se abre una puerta y me arrastran a una sala, acabo sentada:
- Tranquila muchacha, solo es un momento. - Yo afirmo atolondrada con cara de estúpida, mientras el gran hipopótamo blanco prepara la aguja, añado con un susurro:
- Odio las extracciones, quizá me maree.- Tanto hablar ni me he dado cuenta, la sangre en un potecito y el gigantesco animal me entrega un papel azul.
- Le llamamos este trimestre. - y me empuja afuera.
Miro la hoja, estoy en el pasillo, un estruendo y de nuevo entro a un lugar desconocido. Tras la siguiente puerta una cacatúa de plumas magenta:
- Niña el formulario, no tengo todo el día, ¿Qué te has pensado?
Entrego con cara de pava y balbuceo atragantada:
- Me operan este trimestre.
Y ella grita alocada:
- Nada de faltar, ¡Ni lo pienses!
Tras rellenar un par de hojas, patada en el culo y a otra cosa. El pasillo me revuelve el estómago, no sé hacia dónde andar y rendirme me parece un buen negocio. Una sonrisa en el aire habla e intenta enseñarme el camino, yo no le entiendo, pues solo maúlla
- Había visto muchas veces un gato sin sonrisa, pero nunca una sonrisa… - y callo, no quiero que algún primo extranjero de las SGAE venga a romper el encanto.
A lo lejos la pequeña se burla, como suben los críos. La miro, me recuerda a alguien que veo cada mañana, quizá mi propio reflejo mientras le limpio las legañas. Habla fuerte y segura desde la otra punta:
- Te estas volviendo loca, ¿qué piensas hacer ahora?
Miro a mí alrededor y busco soluciones, una caja a un lado sin notas ni direcciones. La cojo despacio pero decidida.
- Mira criaja, esto será fácil. Observa, no hables y aprende de tus mayores.
Miro mi alrededor, con dos dedos recojo lo que nos rodea como si ilustraciones en papel fueran: las puertas, el hipopótamo, la cacatúa y el pasillo; las doblo, las archivo y sonrío. Dentro de la caja estarán seguras, imagino que la precinto y ya está hecho, poner un cartel sería correcto. Letras grandes y negras decoran la caja “LOCURAS”, es rápido y se entiende, no queremos confusiones.
- ¿Quieres guardar todo eso? ¿Encerrarlo y no volver a verlo?
- No seas boba, todo esto es mío, volveré de vez en cuando y le echaré un vistazo.
- Dejarlo aquí es peligroso.
- Tú lo defenderás a cal y canto.
- ¿Cómo?
La cojo en brazos y la siento sobre el paquete.
- No dejes salir nada de esto sin mi permiso. Pequeña criatura, conviértete en el guardián de mi cordura.
FINPero los fines no pueden ser a gusto de todos y la pobre infeliz, sentada en la caja, se pregunta:
- ¿Es esto pues el principio de mi explotación laboral?
Sandra Sas, Octubre del 2008